21 mar. 2010

A los 16 o 17 años, en el Liceo, el profesor de Literatura nos hizo leer Walking Around, de Neruda. El poema famoso que empieza con: "Sucede que me canso de ser hombre". En aquel momento fue una revelación para mí, que no estaba familiarizado con la poesía del chileno stalinista.

Pero en realidad no entendí, no entendíamos, nada. Quiero decir, entendíamos un montón de cosas, pero como teníamos 16 o 17 años, no podíamos estar cansados de ser hombres. ¿A quién se le ocurre que alguien que tiene unos pocos miles de días en la tierra y que apenas está descubriendo el sexo (el sexo ajeno, quiero decir) puede estar cansado de ser hombre?

Desde acá, desde ahora, miles de días después, la cosa se ve un poco distinto.

Hay días en que me acuesto y digo: "Otra vez acostado? Cuántas veces van que me acuesto en mi vida? Es intolerable!"

Sin embargo, levantarme no me cansa. Lo que me cansa es tener que comer dos o tres veces al día. Acostarme una vez al día. Tomar el taxi o el ómnibus dos veces al día.

Los días se acumulan y se acumulan, y para desayunar es pan o fruta, café o te, y entonces una secuencia de diez días puede ser "pan, pan, pan, fruta, fruta, pan, fruta, pan, fruta, fruta" o "fruta, pan, fruta, fruta, pan, pan, fruta, fruta, pan, pan", acompañada con "café, café, café, café, café, café, té, café, café, café", o si estás medio irritado del estómago es "café, té, té, café, té, té, té, café, café, té". Imaginen 100 días, un año, cinco años. No hay variaciones que puedan cubrir tantos días en la vida de uno.

Después, lo otro, va bien. Siempre hay libros, películas, gente que conocer, lugares a donde ir. Eso no es problema. Pero en un momento es "taxi, bus, taxi, taxi, taxi, bus, taxi, bus, taxi, taxi".

Sospecho que cuando los viejitos dicen estar cansados de vivir, es porque ya no soportan tener que acostarse todos los días, lavarse los dientes postizos todos los días, sentir el mismo dolor de las rodillas todos los días, o la secuencia pantufla, zapato, zapato, pantufla, zapato, zapato, zapato, zapato, pantufla, pantufla.

O la secuencia nadie, nadie, nadie, nadie, nietos, nadie, nadie, nadie, nadie, nadie.

El otro día me subí a un taxi que era también un pequeño kiosco.

15 mar. 2010

"El viento arrastraba pajas por el camino, pajas arrancadas a los jergones por las pequeñas rendijas de las puertas, pajas volanderas de aledaños de granero, pajas antiguas de almiares olvidados al sol. El viento se había levantado por la mañana. Había raspado la superficie del mar para quitarle el blanco azúcar de su espuma, había trepado por el acantilado haciendo campanillear los brezos rumorosos; giraba en torno a la casa, tallaba un silbato con el más mínimo recodo, levantaba aquí y alá una tejuela más ágil, arrastraba hojas del otoño pasado, filigrana parduzca que había escapado a la succión del humus, y extraía de los surcos cortinajes de polvo gris, desollando con su rallo la costra seca de los charcos viejos."

Boris Vian. El arrancacorazones.

9 mar. 2010

"... y todo esto, aunque parecía anormal, sin embargo, lo era."

Boris Vian. El otoño en Pekín.

4 mar. 2010

Es temprano. Suena el despertador, pero yo ya estoy despierto. Me levanto, me baño y me afeito. Mientras el café se calienta, saco la basura acumulada de la semana. Dos tandas. Preparo unas tostadas mientras limpio la mesa de los restos de la comida de ayer. Empieza a sonar una canción en mi cabeza, y los ojos se me humedecen. Estoy a esto de ponerme a llorar.