Ya estoy de vuelta en México y es como si nada hubiera pasado, pero es falso, pasaron muchas cosas. Saqué muchas fotos, como nunca había sacado en mi vida, y aunque la cámara es una camarita, nomás, saqué algunas fotos buenas, que ya subiré, o no. El secreto para sacar fotos buenas es sacar muchas y saber elegir. Es básicamente una ley estadística: si sacás un número suficiente de fotos, la calidad de las mismas seguirá una distribución normal, aún si las sacás con los ojos cerrados (es decir, aleatoriamente). Sólo hay que saber elegir las mejores, que pueden llegar a ser muy buenas.
Qué más. Pasaron cosas. Por ejemplo: estuvieron a punto de rompernos la cara seis patovicas, a mi viejo y a mi. La culpa se reparte entre mi viejo, yo, una moza rubia y fea demasiado cargada de trabajo, y un encargado gordo infame hijo de mil putas que me tenía los huevos llenos. Yo había tomado poco, siguiendo mi nueva línea de conducta. Mi viejo se había tomado como 4 escoceses. Es decir que no le podés echar la culpa al alcohol. En realidad todo empieza antes, cuando llegamos como viajeros perdidos al bar de mierda ese, y elegimos ir al piso de arriba. La moza fea nos ve subir por la escalera, muertos de frío, llenos de ropa, y nos deja pasar. Elegimos una mesa. Al rato sube la rubia a decirnos que estaban cerrando el piso de arriba. Ok, todo bien. Bajamos sin decir una palabra. Abajo había bastante gente, todas las mesas estaban sucias, con servilletas, migas, círculos de whisky. Había poco lugar. Elegimos la mesa menos mugrosa, o la que estaba más cerca. Quedamos mal sentados, apretados entre dos mesas, unos tarados atrás mío, y unos veteranos adelante. Cerca del baño. La moza viene y le pido una Pilsen negra. "No tengo", responde. "Bueno, una Patricia negra, entonces". "Tampoco". Miro la heladera a la distancia y veo lo que evidentemente es una Patricia negra. Pregunto: "Eso que hay allá ¿no es una Patricia negra?"; "No, mi amor," (!!) "si te digo que no tengo es que no tengo; tengo tal y cual, pero esa no tengo" (Silencio de mi parte, cara de culo) "¿Querés ver la carta?"; "Por favor... mi amor", la provoqué. Me quedó mirando pero me dio la carta. Al rato volvió, pedí otra cosa con una sonrisa, ella entendió que tenía ganas de empezar de nuevo como amigos, y me dijo que estaba bien, con otra sonrisa. Estaba terriblemente cansada.
Total, que nos quedamos como tres horas con mi viejo, yo me tomé el litro de Stella Artois, y él su canasta básica de whisky. Al final, estaban levantando las mesas, como hacen siempre. Éramos los últimos; sólo quedaban las mozas, el encargado conchudo, y unos cuantos amigos del encargado. Gigantes. Molinos de viento uruguayos.
En un momento, una de las mozas se tuerce un pie. Mala señal. En eso, pedimos la cuenta y pagamos.
Luego, cuando estábamos a punto de irnos, poniéndonos la ropa, estalla una discusión entre el encargado y la moza rubia. Era algo de plata. El tipo decía que estaba podrido, que siempre lo querían cagar con la plata, que iba a echar a la moza. La moza iba y venía y decía que ella no tenía nada que ver. La discusión subía de tono y era como una tormenta en el horizonte, o más bien, la tormenta ya arriba nuestro. El gordo de mierda gritaba y amenazaba todo el tiempo. Me cayó mal. En un momento empiezan a mirar hacia nuestra mesa y a discutir por cuánto nos habían cobrado. La moza, algo asustada, nos hace un gesto como pidiendo ayuda. Yo, no se por qué, me levanté como un resorte y fui hasta la barra. Tenía la sincera intención de aclarar las cosas, al menos con lo que tocaba a nuestra mesa, y así ayudar a la moza. Pero cuando llegué a la barra y abrí la boca, en lugar de decir algo como un amable "¿Pasa algo?", se me escapó un "¿Qué pasa?" de lo más pendenciero, con gesto de compadrito y todo. Le tenía ganas al gordo. El gordo, que estaba grande, me dijo (y para escuchar estas palabras hay que haber vivdo en el Río de la Plata): "¿Qué pasa lo qué? ¡Salí de acá!". Yo era, ante todo, un cliente, así que quise alzar la voz para decirle que aflojara un poco, pero el tipo me siguió gritando. Antes de que pudiera pensar en qué estaba pasando y por qué las cosas estaban saliendo así de mal, aparece mi viejo atrás mío, veloz como un rayo, a decirle al gordo algo como "¿Qué problema tenés? ¿Te hacés el vivo con él? ¿Por qué no te hacés el vivo conmigo?" Y el gordo agarró viaje, le dijo que sí, que quería tener un problema. Entonces mi viejo le dijo "Dale, vamos ahora", y el gordo agarró como para dar vuelta al mostrador, pero antes llamó a la "seguridad".
La seguridad era un tipo al que le dicen el "Demonio". No es tan grande, pero por algo le dicen el Demonio. Ese es al que le pagan. Pero en los hechos, la "seguridad" del boliche en ese momento estaba integrada por un staff algo más amplio, de amigos del gordo, o de amigos del Demonio, no sabemos. Lo cierto es que en cinco segundos mi viejo y yo - pero sobre todo él, que era el que estaba con ganas de pelear - nos vimos rodeados por un grupo de gigantes de más de 1.80. Algunos directamente le querían pegar a mi viejo. Creo que uno le torció un dedo. El demonio se sacó la campera y subió la guardia. El gordo daba vueltas, se le arrimó a mi viejo, pero no empezaba. Medio que se habían calmado las cosas, pero no nos íbamos. El gordo le dijo a mi viejo que se había cagado, porque él era "un pesado". Mi viejo le responde: "vos no sos un pesado, sos gordo nomás", enfatizando la palabra "gordo" con todo el desprecio del mundo. Otra vez revuelo, otra vez el gordo puro grito. Uno de los gigantes le dice a mi viejo: "Arrancá". Y mi viejo le dice: "Arrancá, no. En todo caso nos vamos, pero no arrancamos". Unos caballeros. Yo trataba de calmar al gordo, pero también de interponerme entre él y mi viejo. Claro que era difícil porque el gordo pesaría el doble o más que yo.
En fin, que no pasó nada. Dos tipos de 1.90 nos acompañaron a la puerta, sin tocarnos, y allá afuera nos estuvieron conversando un rato. En esos amagos entre hombres siempre es igual: duran el triple de lo que tendrían que durar, porque nadie quiere pelearse (en principio), pero nadie quiere demostrar que es un cagón, entonces te quedás ahí, hablando, reivindicando tu lugar de guapo, reivindicando tu historia, argumentando pero a pie firme y con las manos prontas. Por lo menos eso pasa con los que tienen las de perder, como nosotros teníamos esa noche. Los que tienen las de ganar, es decir, la ventaja material, es decir, los quilos y los centímetros, se quedan para ver si les das la oportunidad de meterte una mano. Y así se crea un equilibrio dinámico que termina en dos cosas: o una pelea tardía e inesperada, o la retirada pacífica de ambos bandos. Este último fue el caso esta noche. A veces hay factores que ayudan, como por ejemplo, que había una patrulla en la esquina. Tal vez eso nos salvó de ser agredidos afuera del bar por estos gigantes. O tal vez eso fue lo que salvó a los gigantes, porque mi viejo andaba calzado y se quedó en el molde.