31 may. 2009

la loca de mierda

male me pasó el dato

www.lalocademierda.blogspot.com

es una crack la flaca, se merece una visita y después me cuentan

30 may. 2009

Yo: correr
Ella: fumar

Yo: ensalada
Ella: cerveza

Yo: estupidez
Ella: silencio

Yo: porno
Ella: no

Yo: puteadas
Ella: lágrimas

Yo: Sigur Rós
Ella: Beatles

Yo: 2 am
Ella: 11 pm

Yo: abajo
Ella: abajo

Yo: Ella
Ella: Yo

25 may. 2009

sirenas (i)

El verano se hace largo. Probablemente sea el último que pase con su familia. Suele levantarse a mediodía, cansado de dormir, cuando la comida ya está lista, pero casi nunca tiene hambre.

Hace algunos años que no van más a la playa en la mañana. Antes, cuando era niño, se levantaba temprano e iba con sus abuelos y su hermana. Llegaban a la playa y no había casi nadie. Las sombras eran largas y tenues, y el aire era fresco y no daban ganas de bañarse. Jugaban mucho tiempo en la arena, con su hermana, antes de entrar al agua. Hacían falsos castillos, llenos de piedras y almejas rotas para que los niños que pateaban castillos se lastimaran. La abuela les ponía protector solar a los dos, una pasta espesa, arenosa, que olía a medicamento. Los abuelos estaban casi todo el tiempo recostados contra un muro, a la sombra, sentados sobre toallas. Había un puesto de Pepsi-Cola que a esa hora siempre estaba cerrado. A las 10 empezaba a salir música de unos parlantes, pero la playa seguía vacía. Volvían temprano, a tiempo para que la abuela hiciera la comida.

Ahora se acuesta mucho más tarde que antes, y por eso se levanta tan tarde y tan cansado. Durante la semana está con sus abuelos, porque sus padres trabajan en Montevideo. Sólo los ve los fines de semana.

Tiene el pelo largo y casi siempre usa remeras viejas y gastadas. Está casi todo el tiempo solo. No tiene amigos, porque la casa está lejos del centro. No hay teléfonos. Apenas tienen una tele.

Tiene una bicicleta con la que baja todas las tardes al pueblo, a alguna de las playas. Atraviesa, ya montado, el portón que da a la carretera, y se deja ir en la bajada larga, sin usar las manos. Se siente seguro a pesar de la velocidad. Puede tomar los caminos laterales sin tocar el manubrio, sólo inclinando el cuerpo.

Suele recorrer la costa y detenerse en una zona sin arena, solitaria, donde grandes rocas se meten al mar. El agua es tranquila y fría. Golpea suave y nítida contra las piedras. Cuando hay nubes, se vuelve opaca y no siente ganas de entrar. Pero por lo general hay sol, y entonces nada y se queda hasta que cae la tarde. Una vez vio cómo una mujer se sacaba parcialmente el traje de baño, de una pieza, para mear entre las piedras.

Cierta tarde lo vino a buscar una chica que conoce, apenas, de Montevideo. La conoce de un pub al que empezó a ir el invierno pasado, donde todos son mayores que él. Ella también es mayor, y es más bien fea, pero él la quiere. Anduvieron toda la tarde en bicicleta.

Suele bajar al pueblo en la noche. Nunca hace demasiado calor y siempre corre una brisa fresca. Camina solo, anónimo, casi salvaje mirando los restaurantes repletos, los puestos de artesanías desiertos, esquivando la gente que pasea y come helados. Se sabe solo y sabe que es más humano, más puro, más libre.

Una noche bajó a la playa, iluminada por las luces de la rambla, se descalzó y caminó por la arena húmeda. Unos metros adelante vio una figura en la orilla, una mujer. Estaba metida hasta las rodillas y se levantaba el vestido, ya mojado, con las manos. Siguió caminando, acercándose, y vio que la mujer entraba un poco al agua y después, cuando se acercaba una ola, retrocedía. La mujer se reía.

Tímido, absolutamente atrapado, siguió de largo. Sólo veía su espalda: tenía el pelo largo, rizado, rojo. Era la única persona en la playa, a mil kilómetros de cualquier ciudad, de cualquier hilera de luces. Él caminó unos cien o doscientos metros, lentamente. Se detuvo un minuto y regresó. La mujer estaba sentada sobre un espigón, fumando. Él se acercó sin pensarlo.

- Hola – le dijo, y se sentó cerca de ella – ¿Me das un cigarro?
- Claro – respondió ella, sonriendo, como si lo estuviera esperando.

Él fumó o trató de fumar, mirando hacia delante, hacia la brisa. Ella probablemente tenía el doble de edad que él. Le preguntó:

- ¿Sos de acá?
- No, de Montevideo, ¿y vos?
- De Buenos Aires.

Él temblaba un poco. Hablaron de la cerveza Quilmes. Ella dijo que hacía un rato, en el agua, estaba jugando, y que jugar era necesario aunque la sociedad lo prohibiera. Él estuvo de acuerdo, pero le pareció inocente. Quiso ser inteligente y objetó que el juego también podía ser una distracción, una ilusión de libertad. Ella le preguntó cuántos años tenía. Él se lo dijo, y ella volvió a sonreír.

Después caminaron por la playa y ella le confesó que al día siguiente iría a visitar la capilla de San Antonio para pedirle un novio. Él no dijo nada. Poco después se despidieron.

Él empezó a bajar a la playa todas las noches. Cuando sus abuelos se preparaban para acostarse, él se bañaba y salía. Siempre iba al mismo lugar.

Una noche fumaba sentado en un espigón, y se le acercaron dos chicas. Una de ellas, la más linda, lo saludó y le empezó a hablar. También era de Montevideo. Era un año menor que él. Tenía el pelo oscuro y rizado, y la cara blanca, con mandíbulas fuertes y ojos negros.

Sólo ellos dos conversaron. La otra chica estaba ausente, como una espectadora. Él se dio cuenta enseguida de que la chica era sólo una chica normal, una chica que iba al liceo, que tal vez fuera a bailar y se pintaba, y que por supuesto, no leía. Le dijo que se había prometido besar a un chico antes de volverse a Montevideo, y que volvía al otro día. Él sólo la miraba.

Dejaron el espigón y bajaron a la arena. La amiga de ella los siguió y se sentó un poco aparte. Él empezaba a aburrirse, y ella insistía con el beso antes de volverse a Montevideo. Él se recostó sobre sus piernas, sin mirarla. Ella metió suavemente su mano por debajo de la remera de él y empezó a acariciarle el abdomen, alrededor del ombligo. Le dijo que era lindo.

Arriba, sobre la rambla, apareció un hombre pelado, gritando. Desde la playa, ellos sólo veían la mitad del cuerpo. Ella dijo:

- Es mi padre.

Y el padre decía:

- ¡Mariana! ¿Dónde estabas? ¿Todos los días te tengo que salir a buscar? ¡Pero qué cosa! ¡Dale, vení que nos tenemos que ir!
- ¡Pero Papá!
- ¡Mariana, no me hagas bajar!

Ella lo miró y le dijo:

- Tengo que irme, adiós.
- Chau.

Y se fue.

21 may. 2009

Es de noche y vuelvo a mi casa en el ómnibus de transporte de personal de la empresa. Las luces del ómnibus están apagadas. Por la ventana veo el tráfico, las calles iluminadas pobremente. Dejo de prestar atención. Tengo tantas cosas que hacer mañana. De pronto me he quedado casi ciego, no como esos ciegos que ven todo negro, sino como los ciegos que simplemente no ven. El ómnibus se convierte en un transporte de circo, un artefacto ridículo, carcachiento, lleno de aditamentos y globos. No puedo ver los globos, pero ahí están. Lo maneja un payaso, a quien tampoco veo. Escucho, de manera intermitente, la bocina, que ya no cumple su función de advertencia. El payaso me toca la bocina a mí, de manera burlona, provocativa, con el desprecio que sólo puede tener un payaso.

11 may. 2009

casualidades

Male sueña que estamos en Uruguay, que vamos para una fiesta, y que estamos algo apurados porque tenemos que ver a A. y su novia.

La novia de A. (que sabemos que existe desde hace un tiempo pero a quien todavía no conocemos) tiene ganas de probar el tequila, que nunca ha tomado, pero se tiene que ir temprano, así que nos damos prisa.

Male tiene el tequila en la mano. A veces, es una botella. A veces, un vaso.

No sé si llegamos o no a la fiesta.

Male se despierta y el primer mensaje que ve en Facebook es de A., comentándole un video que ella subió hace un tiempo.

Male le responde y le cuenta su sueño.

A. le responde y le cuenta que, hace un par de días, compraron un tequila con su novia, y que no lo pudieron tomar porque estaba feo.

7 may. 2009

descanso

El problema es que recuerdo

Con mi perro, por ejemplo

Recuerdo perfectamente

Cómo era tocarle el hocico negro, desde la punta fría y casi desnuda, cubierta por una pelusa suave, e ir ascendiendo hasta la mitad de los ojos, donde el pelo era cada vez más fuerte y grueso

Tocar la dureza de los huesos de la frente bajo el pelo amarillo, bajo el pelo negro

Recuerdo exactamente

Las orejas, el cartílago blando y fresco, con pelos que hacían cosquillas, y las orejas parecían lo más limpio

Recuerdo el pelo negro, grueso, del lomo,

y de las patas el pelo corto y amarillo

Las patas pesadas por diez mil años de praderas

Las costillas sonoras

Y el pelo mullido, tibio, del pecho

Y tras el pecho, casi blanco, late el perro

El problema es que recuerdo

Y ese pelo sigue existiendo

5 may. 2009

DIARIO DE LA EPIDEMIA: V

La epidemia se terminó. Por lo menos en lo que a mí concierne.

El virus sigue ahí, dando vueltas, pero - según nos dicen - es curable y no se contagia como en las películas. No es esa "información" (esas declaraciones), lo que me deja tranquilo, sino el hecho de que en EEUU no se tomaron las medidas extremas de aquí, y sin embargo todo marcha con normalidad. Hasta ahora.

Hay quien dijo que nos libramos bien de ésta, pero al precio de siempre: de ser tratados como niños. Se nos prohibió salir. Se nos prohibió saludar de beso o de mano. Se nos prohibió comprar medicamentos. El Estado dice qué es lo que te conviene, porque tu eres un menor de edad, un indio analfabeto, un irresponsable. No es necesario educarte, sino ordenarte.

En EU, en cambio, le dijeron a la gente: "Cuídense. Si sienten los síntomas, vayan a la farmacia y compren tal y tal. Si quieren viajar a México, piénsenlo". Fíjense: "Piénsenlo"; "Considérenlo". No eso de "nosotros pensaremos por ustedes", sino "piénsenlo". Toda una diferencia.

El saldo: 940 infectados y 29 muertos.

Mi saldo personal:
Cierta fascinación con el terror de las calles vacías. Una gran caminata por Coyoacán desierto. Poco trabajo en casa. Los cruces de miradas con algunas chicas con tapabocas. Confirmar que el miedo transforma a la gente primero en animales, después en monstruos. La tristeza por la xenofobia recíproca. Aprender que la mayoría de la gente, cuando las cosas se ponen feas, muestra su basurita.

Chau.

4 may. 2009

diario de la epidemia IV - suplemento: los virus no son seres vivos



(mientras me pregunto por qué mierda mi vecino de arriba tiene que hacer tanto ruido con los muebles, todos los días, y por qué no se infectará de una buena vez, o de qué forma podría incendiar su departamento sin causar estragos en el mío)

Ayer conversé con una bióloga y me lo confirmó. Los virus no son seres vivos. ¿Raro, no? Estos días he tenido discusiones al respecto con varios grupos de gente y las posiciones siempre han estado divididas.

Toda posición en una clasificación (vivo/no vivo) depende en realidad de cuál sea el criterio de clasificación, es decir, de qué definición se utilice. La definición de vida según la biología incluye la capacidad de reproducción celular y el metabolismo.

El virus no tiene nada de eso. No puede reproducirse si no es utilizando la reproducción de una célula, en la que se aloja. Y no tiene metabolismo, es decir, no "come". Los virus son, por decirlo sencillamente, cadenas de DNA o RNA envueltas en una cápsula de proteínas.

Hay quienes opinan que los virus podrían ser el origen de la vida. Otros lo niegan, aduciendo justamente que necesitan de organismos vivos (células) para reproducirse. Se cree que podrían ser un subproducto de la vida, esto es, residuos resultantes de la reproducción celular normal. Los errores que se producen en toda división celular (errores de lectura de información y de codificación) en ocasiones hacen que trozos de material genético queden sueltos dentro de las células. Estos trozos constituirían la base de futuros virus.

Así que los virus no se mueren, sino que se destruyen.

Esta señora también me dijo que el virus de la gripe aviar podría mutar en cualquier momento y transmitirse entre humanos, y ahí sí que nos llevó la chingada.

Piensen también qué pasaría si el virus del SIDA mutara y se pudiera transmitir mediante estornudos, como la gripe. Dado que puede estar tanto tiempo latente sin presentar síntomas, en unos dos o tres años podría haberse contagiado la humanidad entera.

2 may. 2009

cosas que no necesito

supongamos que voy a empezar un trabajo de campo en una escuela
y que la entrevista con el director es mañana

necesito mi pasaporte, o la FM3, que son mis identificaciones, para que me dejen entrar
y necesito una grabadora de voz

llego a casa y me pongo a buscar la grabadora de voz, que hace años que no uso

no la encuentro

no aparece por ningún lado
revuelvo todos los cajones, incluido el cajón donde se supone que deben estar - juntos como dos facetas de mi personalidad - el pasaporte y la fm3

en ese momento me doy cuenta de que tampoco tengo a mano los documentos
es más, si no están ahí, no se dónde podrían estar
se prende una lucecita de alerta mientras sigo buscando la grabadora
pero a medida que pasa el tiempo la luz se hace más potente y mi preocupación se desplaza, como es obvio, a los documentos, ya que no los necesito para mañana, sino para mi vida civil entera

sin darme cuenta cómo pasó, ahora estoy buscando los documentos
no están en la mochila
no están en el saquito de zara, precioso, que tengo
no están a la vista en las superpobladas superficies de los muebles
no están debajo de las montañas de papeles

la luz de alerta ahora se ha hecho una voz general de alarma y los marineros suben y bajan por las escaleras
vuelvo a buscar en los cajones y no están
vuelvo a revisar la mochila y no están
vuelvo a revisar el saquito de zara, ya no tan precioso
y las superficies aterradoras de los muebles
y la selva de papeles
y no están

pero en un cajón aparece la grabadora
triste victoria, dirán ustedes, sobre todo teniendo en cuenta que me faltan microcassettes
me pongo a buscar microcassettes
alarmista de mierda, dirán ustedes, qué rápido se olvida de los documentos
no se cómo pasó, pero así fue, tal vez necesitara distraerme

revuelvo los cajones buscando un puto casetito
nada, ninguno de los muchos que tenía, ni siquiera uno grabado
aparto boletos de avión viejos, cables de función ambigua, un relojito de pared que no funciona, pelusas, una bolsa de gomitas

y aparecen los documentos
aparecen en el cajón donde se suponía que estaban desde el principio