30 abr. 2008

paréntesis

Vas tan rápido que no puedo hablarte
Te descubrí un día pero huiste sin verme
En completo silencio, fue como si las gacelas
Se comieran a las flechas y se comieran a los leones

Un día pude abrir la boca
Pero ya te habías ido
Dejabas tras de ti palabras rojas
Y un olor a azulejos de cafeína

Cada paso que diste me sacó sangre
Veinticuatro cuadros por segundo
No fueron suficientes para verte

Podría contarte durante horas
Sobre los hombres que morían
En el barro hirviente del Marne

partially drunk

Es sobria la fiesta del azúcar
Cual pálido rumor
Se disuelve bajo las ruedas del ómnibus que parte

Estoy ahogándome
En los poros de tu dedo anular
Atravieso tu oreja hasta encontrar un huequito

Voy a convertirme en ácaro
Otra vez
Tal vez no mires y no me aplastes

Viviré bajo la alfombra
Seré el pegamento
Pero lo que quiero en realidad

23 abr. 2008

Brasil, otra vez.

Leo en Internet que en Brasil están buscando a un sacerdote desaparecido, en Río. ¿Cómo desapareció? El tipo quiso batir un récord de vuelo utilizando globos de fiesta, para recaudar fondos para su parroquia. Supongo que iría en una canastilla o algo, y no simplemente agarrando los globos.


El caso es que el tipo fue arrastrado hacia el mar, y en la noche tuvieron el último contacto con él, por teléfono celular. Lo empezaron a buscar. Hoy encontraron globos, supongo que no flotando en el agua, porque estaban inflados con helio, así que los habrán encontrado en el aire. O flotando en el agua, pero reventados. En todo caso, se trata de una búsqueda singular. Rastrear a un sacerdote por los globos de colores que va dejando.

Me enterneció la ingenuidad del rescatista, que dijo que todavía tienen esperanza, porque sólo encontraron 50 globos, y el padre “todavía tiene muchos; salió con más de mil”. Quieren que esté vivo todavía; lo van a buscar en las islas frente al estado de Santa Catarina. Si lo encuentran habría que hacer una película. Y si no lo encuentran, también.

Me imagino al sacerdote, solo, rodeado del vacío del mar y el cielo, en una barquilla con globos de colores. Perdiendo globos de a poco.

Me pregunto cómo habrá pasado la noche. Qué habrá sentido en la oscuridad, cuando los globos ya no eran de ningún color.

22 abr. 2008

Ciudad de humo



También la ciudad del silencio. La ciudad detenida. El verdadero rostro de frío nuclear.

El sueño de una ciudad hecha por personas que se fueron.

Las veredas que no van a ningún lado. La playa ciega.

Montevideo.




A veces me gustaría vivir en una ciudad así. Cuando niño tenía una obsesión por la protección física. Dormía recostado contra una pared. Me imaginaba dormir en una cama totalmente rodeada de paredes, de un espesor infinito, para estar a salvo de cualquier peligro.

No me daba cuenta de que un vacío infinito alrededor también nos protege.

Me gustaba salir a caminar en invierno por la plaza del pueblo de mis abuelos, las noches de niebla, donde no se veían los límites de las cosas ni el fin de la plaza. No se puede estar más solo; uno es el dueño de ese universo.

Esta ciudad, envuelta en humo, es uno de esos sueños. Una ciudad que se apaga, detenida en un segundo mientras el tiempo siguió adelante; una ciudad abandonada, donde todos se han ido a perseguir los segundos que necesariamente acontecen.

Sólo existe el presente, es cierto. Si el pasado existiera, sería ese pasado abadonado por el presente, disolviéndose de a poco, asintóticamente, cada vez más tenue. Cada uno de los segundos que nos precedieron contiene una ciudad así, una ciudad que se muere.

Es cierto que nunca nos fuimos de los lugares en los que estuvimos. Es cierto que todavía estamos dando nuestro primer beso, que todavía estamos en esa playa, o en el Pont des Arts. Pero también es cierto que en esos lugares hace cada vez más frío.




20 abr. 2008

Anochecer de domingo en casa

Hoy apuñalaron a mi padre en un costado. Llegó a casa pálido, sudoroso, temblando. La mañana era rosa y cálida. Me contó cómo lo habían herido, cómo había pasado por una emergencia médica para los primeros auxilios, y cómo había vuelto caminando a casa. Me mostró la venda sangrante bajo el brazo derecho y me confesó que estaba muy asustado, que era casi seguro que su estado se agravaría.

Horas después se confirmaron sus temores. Empezó a tambalearse, su mirada se perdió en algún punto, y me pidió ayuda. La herida había empezado a sangrar hacia adentro de su cuerpo. Como pude, lo llevé al primer hospital que encontré.


Nunca antes había estado en ese hospital. Está construido en una casa muy vieja y grande, de una sola planta, con varios patios interiores de diferentes tamaños, a los que dan las numerosas habitaciones. En los patios florecen, blancos y rosas, algunos durazneros. Las pequeñas flores caen lentamente e iluminan el suelo de baldosas. Las habitaciones son reducidas y están pintadas de colores distintos: ocre, amarillo, naranja; no parecen las habitaciones de un hospital. De hecho, no tienen nada del equipamiento que se espera de un hospital. Sólo hay una o dos camas de madera, de sábanas gruesas color mostaza, como las que se encuentran en las casas del campo. El mobiliario es escaso, sobrio, casi pobre.

Al llegar nadie nos recibió; no vi ningún médico, ni tampoco otros pacientes. Como pude busqué, mientras sostenía a mi padre, una habitación que pareciera adecuada. En varias ocasiones me perdí: algunos cuartos del hospital daban a otras habitaciones que definitivamente eran de casas de familia. Caía la tarde y el sol iluminaba oblicuamente, con una luz cálida, los patios y los durazneros. Finalmente acosté a mi padre en una habitación pequeña, apenas adecuada, y lo arropé. Se arrolló un poco, porque las sábanas eran cortas, pero no hacía frío.

Ahora es de noche. No se cómo pude dejarlo solo en ese hospital. Mi desconcierto era tal que ni siquiera recuerdo la dirección. Me digo que debo volver, pero no se si logre encontrar el lugar. La ciudad está muy mal iluminada. Y aún si encuentro el hospital, no se si logre encontrar a mi padre.

No puedo tomar una decisión, aunque sé que en alguna parte mi padre sangra y mancha unas vendas que nadie cambia. Hace horas que miro la televisión, en mi habitación a oscuras. Hay una especie de cómico que tiene un programa larguísimo. Es un hombre increíblemente gordo, con una deformidad bastante desagradable en ambos brazos y unas manos con pocos dedos gruesos, completamente inútiles. Aún así, el gordo se las arregla para hacer paros de manos, ruedas de carro, y dar saltos mortales sobre un colchón. Esa es toda su gracia, pero ya van varias horas de programa y no puedo dejar de mirarlo.





18 abr. 2008

Apagón

Estoy en casa haciendo nada. Se avecina una tormenta. Mientras me miro en el espejo del baño, sobreviene un apagón. La casa queda a oscuras, salvo por la pantalla de la computadora.

Siempre me aburrieron los apagones. Es como si con la luz se fuera también mi espíritu. La casa, antes limitada, se vuelve casi infinita. Lo familiar se enrarece. El alma se achica. El apagón siempre me produce desencanto, me reduce. Aún cuando, como hoy, veo los relámpagos por la ventana. Soy un hijo de la tele y de la lectura, y sin luz no se puede hacer nada de eso, como no sea destrozándose los ojos.


Cuando era chico y había apagón, la familia dejaba de ver la tele y se reunía en torno a las velas. Mi padre tocaba la guitarra, la gente contaba cosas. Recuerdo que eran momentos muy animados. Yo no pasaba mal, y hasta disfrutaba el momento. Pero cuando la luz volvía era como volver a nacer. No se, tal vez porque siempre me gustó estar solo, pero con luz. Una vez volvió la luz y mi hermana, que era chica, la volvió a apagar y se ganó las risas y aplausos de toda la familia. Yo no lo podía entender. Casi me sentí traicionado.


Ahora la luz vuelve, el mundo se vuelve sólido. Respiro.


Pero también respiro algo de otro desencanto: ese saber que vivo en una mentira, que las luces se acaban, que sólo le voy a poder ganar un tiempo más, pero que al final siempre el apagón.


Vuelve a irse la luz. Tengo que desenchufar la heladera porque, si no, se va a quemar.

14 abr. 2008

Nació un gatito (nueva versión)



Martes


Hoy no me desperté bien. Estuve todo el día con la vista nublada, aunque la palabra exacta no es "nublada"; más bien es "opaca". Mi casa, habitualmente luminosa, parece envuelta por una membrana translúcida. He tenido que prender las luces desde la mañana.

Por la tarde apareció frente a mi, en el pasillo, un gato anaranjado, bastante grande. Se detuvo, me miró un segundo y siguió caminando. No me gustan los gatos, así que fui detrás para sacarlo de la casa, pero cuando estuve cerca no me atreví a agarrarlo. No se por qué, creo que percibí algo amenazante. El gato se limitó a mirarme.

Oscureció muy rápido. Durante el resto de la tarde y la noche el gato ha estado moviéndose en la casa, aunque lo he visto poco. He recorrido varias veces las habitaciones para saber qué hace. En ocasiones parecía haber desaparecido; otras veces sólo escuchaba algún ruido. Sé que no se está escondiendo porque es obvio que mi presencia le importa poco.






Miércoles

La casa casa parece un poco más oscura que ayer.


Hoy el gato se acercó demasiado. Estaba mirando la TV y se subió al sofá. En otro momento pasó muy cerca de mis pies. El resto del día sentí que andaba por ahí, aunque no lo vi más. Me he propuesto dejar de pensar en el, y si es posible, evitarlo.


Jueves


Hay otro gato en casa. Mejor dicho, un gatito. Es todo blanco, chiquito; debe tener un mes de nacido. Entré a mi cuarto y ahí lo vi, cerca de la mesa de luz, desconcertado. Lo agarré con cuidado y no quiso escaparse.

Sentí que con un gato así podía encariñarme. Pero el otro, el naranja, me pone incómodo. Este gatito es tan indefenso; creo que en cualquier momento el otro lo puede atacar. Lo peor de todo es no saber nunca dónde está el gato naranja. Estoy seguro de que sigue en la casa. Es como si estuviera en todas partes, pero nunca lo veo.



Viernes

Todo el día temí por la seguridad del gato pequeño. Finalmente tomé valor y decidí hacer una prueba. Agarré al gato naranja, que no opuso resistencia, y lo llevé hasta donde estaba el gatito blanco. Con una mano tomé la cabeza del gatito blanco, y con la otra la cabeza del gato naranja. Usando dos dedos presioné sobre las mandíbulas del gato naranja hasta que tuvo que abrir la boca. Dejé ahí los dedos para mantenerla abierta, y con mucho cuidado introduje la cabeza pequeña del gatito en la boca del gato naranja. Pude sentir claramente cómo el gato naranja intentaba cerrar la boca, haciendo cada vez más fuerza sobre mis dedos, para decapitar al gatito. Ahora las intenciones del gato naranja son evidentes.


Sábado


Mi casa parece más chica. Las penumbras están por todas partes, y es difícil ver a través del aire tan denso. El gato naranja pasó frente a mí un par de veces. El gatito blanco está siempre cerca de mi; trato de tenerlo siempre a la vista, para cuidarlo.

Por la noche he sentido ruidos, pisadas amortiguadas, algunos golpes sordos. Es obvio que hay varios gatos más en la casa, no sé cuantos. No puedo verlos, pero están por ahí. Cuando las penumbras lo cubrieron todo decidí no seguir dando vueltas y me fui a acostar.



Domingo


Pasé muy mal la noche. Pude dormir muy poco. Debieron ser esos ruidos apagados, constantes, que hacían los gatos. Me desperté muchas veces envuelto por la oscuridad, con calor, y con la sensación de estar en un lugar que no conocía, muy lejos de mi casa.
Por la tarde tuve una intuición súbita, y me fue dado aclarar un poco la situación en que estoy.


Trataré de explicarlo.


Entre mi cama y la pared se ha ido acumulando una gran montaña de ropa sucia. Hace como dos meses que no voy a la lavandería, porque tengo muy poco tiempo. La montaña de ropa cada vez me molestaba más, sobre todo porque mi cuarto no es muy grande. De pronto hice una conexión. El problema con los gatos tenía que ver con la montaña de ropa. Solucionado eso, lo de los gatos quedaría más claro.


Así que me acerqué al montón de ropa y, con mucha precaución, comencé a retirar las prendas. Había bastante olor, espeso y sucio. Debajo de una sábana parecieron unos bultos que se movían.


Al sacarla, vi a los gatos.


Debían ser unos ocho. Estaba el gato naranja; había además dos o tres gatos negros, grandes, y una gata blanca muy flaca. También vi al gatito blanco, y a otros gatitos más, más chicos que él, casi ciegos. Algunos eran tan chicos que parecían de plástico, unas miniaturas brillantes sin pelo. Unos juguetitos. Dejé la habitación porque no podía dormir allí; busqué un sofá.



Lunes

Creo que hoy amanecí mejor; mi vista parece estar recuperándose. Por la ventana puedo ver algo de sol. La casa está iluminada.


Los gatos siguen ahí, entre la ropa, indiferentes a mi presencia. No se si comen o no, y me preocupo por los chicos, que deben tener hambre. Sigo temiendo por lo que les puedan hacer los gatos grandes, silenciosos, ominosos.

Por la mañana decidí llevarles un plato hondo con leche y se abalanzaron, sobre todo los chiquitos, pero también la gata flaca, que tiene el pelo blanco pero muy sucio. Los gatos grandes no estaban. Me sentí bien al ver que comían, pero también me di cuenta de que había complicado todo. La gata flaca, probablemente la mamá de los gatitos, comenzó a seguirme con insistencia, pegada a mis pies, para que le diera más comida. Preferiría que no dejara solos a sus gatitos, aunque no se cuánto podrá protegerlos de los gatos grandes.



Martes

Los gatos ya no me preocupan. Mi atención se ha desplazado ahora hacia una familia que entró a mi casa. Tenían la llave, me pregunto de dónde la habrán sacado. Es una pareja de adultos con una nena de unos ocho o nueve años; ninguno de ellos es particularmente llamativo. No parece molestarles mi presencia, pero tampoco puede decirse que me ignoren. He tratado de apartarme, de no molestar. Han dado unas vueltas, se han servido café, conversan entre ellos. Hacen lo que todas las familias. Ahora, por ejemplo, la niña está mirando la tele en el living a oscuras. La cara de la madre es un poco blanca. La niña no tiene ningún rasgo destacable.


Al que todavía no consigo verle la cara es al esposo. Tal vez sean mis ojos, que se están apagando, pero también puede ser que tenga la cara borrada.