28 nov. 2006

El miedo y la estupidez: horrible combinación


El miedo es, tal como nos lo enseñan paternalmente los programas de la BBC, un imprescindible mecanismo de sobrevivencia individual y de la especie.

Acabo de instalar el Norton Antivirus 2007. No sólo tengo que hacer unos procedimientos insultantes para activar el programa, lo que pone en evidencia que esta gente desconfía de mi (con razón, porque no es una versión original), sino que además el programa, una vez instalado, pretende convertirse en el centro de mi preocupación, como si yo no tuviera otra cosa que hacer en mi computadora que ocuparme de si la están contaminando o no.

Me explico. No pasa un minuto sin que el programa me haga aparecer una ventanita diciendo "A recent attempt to attack your computer has been blocked". Lo que en idioma bárbaro quiere decir "Todo el mundo quiere hacerte mal, la web es un nido de pequeños terroristas que intentan destruir tus datos, pero por suerte acá estamos nosotros para protegerte". Eso, cada minuto, con suerte un poco menos. Y además aparecen constantemente reportes de las acciones realizadas, los ataques detenidos, el riesgo de cada uno, etc. Parecen informes del Pentágono. Me imagino que todos esos "ataques" serán inocentes "cookies", o interacciones normales de la compu con las páginas a las que entro. De verdad que no me interesa.

Supongo que hay una forma de detener esta estupidez sin tener que desinstalar este - en todo lo demás - útil software.

¿Creerán estos imbéciles que uno va a adoptar toda esta cosmovisión, que de un día para el otro voy a sentirme en una especie de trinchera del bien informático, resistiendo apenas los innumerables ataques de una web que se ha convertido en jungla?

Seguramente hay gente que se lo cree. De otra forma no podían haber reelegido a Bush.


27 nov. 2006

Cuartito azul


Tengo un problema de arritmia sicológicamente insoportable, derivado del estrés. Antes solía tener problemas de colon, o caspa. Ahora me dio por el corazón, cosa que es mucho más effrayante, scary, frightening.

Soy más latino de lo que creía. Así que mi médico personal, gratuito, progenitor y a distancia, me recetó lexotán. Me tomo un cuartito en la noche y otro en la mañana. Es fantástico. No sólo la arritmia se desvaneció casi por completo, sino que tengo el ánimo más estable y me desespero menos.

Como igual estoy loco a veces pateo las paredes por una nota mal tocada, pero también tengo momentos gloriosos. E incluso algunos momentos aéreos.

Interesante ese cuartito azul, que en realidad es verde agua.


La vida espiritual de las grandes urbes


Ayer, en mi paseo por la ciudad, me volví en el metrobús, que es como un ómnibus articulado enorme que tiene un carril propio en el medio de la avenida insurgentes, y tiene paradas predeterminadas, cosa que en México es una rareza.

Decía Richard Sennet que en las ciudades la frialdad, la indiferencia, el aislamiento, podrían ser vistos como respuestas del espíritu para proteger su identidad. Una actitud natural frente al exceso de estímulos, una virtud funcionalmente hablando, y una fuente inagotable de propuestas estéticas.

Venía en el metrobús, decía, y vi una patrulla de policía y un amontonamiento de gente. Había una moto de reparto de pizza y al lado un tipo tirado, inmóvil. Lo rodeaba un grupo de 10 personas, una de las cuales, tal vez un médico, le estaba levantando las manos. Lo vi sólo un segundo y no parecía tener cara de dolor, pero no puedo afirmarlo. Supuse que estaban tratando de ver si tenía movimiento o algo así. Me imaginé que podía haber quedado paralítico, pero que también podía estar un poco mareado y nada más. El tema es que no tenía cómo saberlo, y en realidad no me importaba. El metrobús siguió su marcha y mucha gente se volteó para mirarlo. Yo no, porque sabía que era demorar nada más que unos segundos el inevitable olvido.

Recuerdo que inmediatamente después vi un camión blanco que venía en sentido contrario y dije "Este tipo no sabe nada del otro. En unos segundos lo va a ver, y unos segudos más tarde lo olvidará". La ciudad, que es la naturaleza del hombre, puede ser tan indiferente como la otra naturaleza frente a nuestras desgracias.Y está bien que así sea. Las personas que habitamos esa naturaleza podemos sólo en ocasiones dejar de vivir esa indiferencia y observarla. Pero arrancarse las ropas por esto es de mal gusto.

Hay que colgar a Stalin


Ayer fui a dar un paseo al Zócalo y a comprar algunas cosas. No voy a hablar del infinito, porque para eso está Borges. Aunque Borges se murió así que qué me importa. Pero bueno, el Zócalo es infinito. Uno podría ir todos los días y aún así no sería suficiente.

Cuando ayer salí del tunel del metro, en el medio de la plaza, pude escuchar una banda de punk en un escenario en una esquina. Al frente tenía una enorme piñata de navidad, de adorno, toda dorada, varios metros de alto. Los venerables edificios circundantes adornados con representaciones de flores, árboles, reyes magos, todo brillante. Los danzantes, el olor del copal.

Entre las cosas nuevas que vi estaba una carpita del Partido Comunista Mexicano. Era una carpita miserable y adentro había un sólo joven atendiendo, repartiendo volantes. Tenía lentes espejados como un policía gringo de los 70.

Lo más curioso de todo eran las fotos que había sobre la Carpa: Marx, Engels, Lenin, y también Stalin. Qué tal. Después dicen que la juventud no se interesa por nada.

25 nov. 2006

Justicia histórica

Desde la "caída del comunismo" (nombre con el que se denomina el abrupto fin de la mayoría de los regímenes del "socialismo real", y que ignora que en casi todos los países todavía existen partidos comunistas - si bien sus militantes son casi en su totalidad septuagenarios - y que, como en el mío, aún tienen ministerios - si bien su funcionamiento es más que dudoso) se ha puesto de moda entre los propios izquierdistas criticar a la ex URSS, no tanto por su fracaso como modelo económico - con lo que no se distinguiría del capitalismo - sino por su ausencia de respeto a los derchos humanos - con lo que no se distingue del capitalismo, sino de la democracia asociada a los casos más felices de este sistema económico. Estas críticas, por supuesto, todavía no alcanzan a Cuba, porque tampoco hay que exagerar la lucidez a costa de la fe.
Pero bueno, vayamos al tema. Una de las primeras víctimas de este mea culpa ha sido José Stalin, Joseph Stalin, o Yusef Stalin, como le quieran llamar. Un conteo rápido de las muertes atribuidas a este señor lo ponen como "el mayor asesino de la historia" (así dicen en Hollywood y en Los Simspon, por ejemplo), muy por encima de Hitler y de Genghis Khan, aunque no del simple paso del tiempo. Se habla de 45.000.000 de muertos, cifra que impresiona en cualquier ranking.
Sin embargo creo que Stalin carga con muertos que no se le pueden atribuir directamente. Habría que rever estas cifras y endilgarle únicamente las muertes producto de la persecución política, que ya son bastantes. Pero la mayor parte de estos 45 millones, según tengo entendido, son muertos producto de las hambrunas provocada por los errores de planificación en los planes quinquenales, o por los desplazamientos forzados de millones de campesinos para trabajar en los koljós. Estos no son muertos políticos, sino que podríamos llamarlos muertos sistémicos, es decir, víctimas de la planificación de un sistema económico o, mejor dicho, de los errores de planificación.
Nuestro mundo no es diferente a la URSS de Stalin en este sentido. Para hacerla fácil: todos los años mueren unos dos millones de niños de hambre, o de enfermedades infecciosas que se pueden prevenir con agua limpia y suero. Eso hace unos 60.000.000 de niños solamente, en los últimos 30 años. Claro que no mueren en los países del capitalismo central, sino en países donde son todos negros, y para peor musulmanes o idólatras animistas.
No quiero hacer de esta columna una diatriba contra el capitalismo porque saldría perdiendo, dado que el verdadero capitalismo (el europeo y el de los EEUU) le ha dado a una cantidad nunca vista de gente unos niveles de bienestar nunca antes vistos. Y tampoco creo que se pueda hacer de la miseria del tercer mundo un producto inevitable y necesario del capitalismo imperialista (ignorando la barbarie y la ignorancia que caracterizan a nuestros países pobres o pobrecitos sin necesidad de intervención extranjera).
No se trata de achacarle al capitalismo la pobreza del resto de los países, pero sí hay que hacer notar que existe una obligación moral para con esos niños, que no son culpables de los tribalismos regionales, los reyezuelos con saco de leopardo, o los presidentes que pagan en fecha. Sobre todo cuando se miran cosas como el gasto anual en armamento de ciertos países. O cuando se considera el gasto en cosméticos y productos de belleza. El trabajo no se crea por decreto, pero la construcción de la infraestructura necesaria para evitar esas muertes es algo bastante más fácil y sobre todo, más barato que la guerra o que la belleza del capitalismo.
Claro que, me dirán, es difícil que los gobiernos del capitalismo central toquen los intereses de las empresas de armamento que tan bien les financian las campañas, o que toquen los intereses de la clase media cuando las elecciones son tan reñidas. Ni siquiera a los mejores izquierdistas de buena conciencia les gustaría perder la capacidad de comprarse 20 cds por año, 20 libros, 50 entradas al cine, un viajecito a la playa. Es la naturaleza de la democracia liberal. Pero ése es justamente el punto.
La hambruna campesina del stalinismo es atribuible a decisiones erróneas e interesadas, y la masacre anual que está en marcha entre los negritos es exactamente igual. La cadena causal puede ser un poco más compleja, y no hay una única figura a quien atribuir la cuestión. Pero esa atribución al monstruo de Stalin es una ficción cómoda, porque la hambruna es un efecto sistémico inevitable cuando se pone en marcha un plan de industrialización y colectivización aceleradas. En el capitalismo los efectos sistémicos son un poco más complejos, pero tampoco tanto para que todos quedemos libres de responsabilidad. En nuestro país, en nuestro barrio, los muertos no son tantos como en los años del stalinismo. Capaz que son dos o tres. Pero los millones de muertos se hacen de a uno.
En el dibujo que encabeza esta columna no queda claro si el niño está colgando o descolgando la foto de Stalin. Yo creo que podríamos descolgar la foto de Stalin de una vez y dejarnos de joder. Ya sabemos que a cualquiera que venga a hablarnos de comunismo lo vamos a sacar no a patadas, pero sí con palmaditas. Eso está claro. Pero si alguien nos habla de las virtudes del capitalismo y cita al reciente difunto Friedman, también podríamos hablarle a nuestra vez del "capitalismo real", del capitalismo monopólico apoyado en la fuerza de los estados, de la semiesclavitud que es la base del modelo chino, y de las trampas morales que tiene no solamente este sistema económico, sino su mejor hijo político, la democracia. No se si hay que colgar otro retrato en la pared de la isba porque ya no hay héroes o villanos individuales. Tal vez habría que colgar en su lugar espejos, o espejitos.

7 nov. 2006

Poesía ajena

Mientras espero la fortuna de escribir un buen poema propio, me dedico a publicar obras ajenas. Estas son mucho más meritorias que las mías, sobre todo teniendo en cuenta que existen. En este caso va un poema breve e inquietante de Santiago Bosco (h). No tiene título, o tiene un título de silencio.



No importa llevar ropas
que se confundan amplias
y adornen con girones
la reja del olvido

la reja del olvido
no se puede cerrar
hay trapos enroscados
y camisas de lino.

hay camisas de lino
y un olor agrio y fuerte
de floreros muy viejos
al final del camino.